El sentido de la vida: LA MUERTE

miércoles, 26 de noviembre de 2008

EN MEMORIA DE MARIMAR Y CHARRO

LOCURA xlv: MIEDO
Estaba sola. Nunca había pasado una noche sola en casa. Siempre había alguien; mis hermanos, mis padres, mis tíos, incluso mi anciano abuelo, que vivió con nosotros durante tres largos años hasta el final de sus días. Pero ese día no había nadie. La oscuridad del exterior de mi ventana, la tele y yo.
La primera noche veraniega rodeada del silencio la superé satisfactoriamente. No escuché ningún ruido extraño, dejé abiertas las ventanas, para evitar una excesiva sudoración de mi cuerpo que no me permitiese dormir, eso si, con las persianas bajadas, pues la ausencia de temor no evita la precaución.
Amaneció y bajé a hacer la compra con una amiga. Quizás por consejo o quizás por envidia, empezó a angustiarme con sus palabras. Me relató con todo lujo de detalles una noticia que había escuchado por radio en la que unos delincuentes habían logrado entrar por la ventana en casa de una chica de veinte años, como yo, la habían violado y robado. Yo, aparentemente serena, la expliqué que era realmente difícil entrar en mi casa de ese modo, pues vivo en una sexto y existen pisos mas bajos en los que intentar robar. Pero ella, morbosa hasta la muerte, no dudó en continuar angustiándome explicándome múltiples crímenes de la historia con numerosos hogares como escenario.
No la hice demasiado caso, pero la segunda noche mi oído debió agudizarse, pues recuerdo haber escuchado la madera de los muebles crujir. Yo estaba en la cama, intentando dormir sin conseguirlo, cuando el temor empezó a hacer mella en mi templanza. Nunca antes me había percatado de tales sonidos. Tras escuchar los muebles, escuché un extraño pájaro, quizás un búho, no lo sé. El saber que algún ser vivo estaba próximo a mi ventana me tranquilizó, cerré los ojos y el sopor acudió finalmente a mi llamada.
El Sol volvió a aparecer y mis párpados se despegaron. Me levanté y un nuevo día en compañía de mi soledad esperaba a contemplar mis hazañas. Tras levantarme y comer en casa de mi tía, una anciana de ochenta años achacada por los duros golpes de la edad y sin esperanzas, mi prima me dejó una cinta de vídeo. Era una película de caníbales de cuyo título no quiero acordarme cuya portada ilustraba una sensación de espanto indescriptible.
Pero no es relevante lo ocurrido en día, sino en la llegada de la noche. Cuando acabé de cenar y el aburrimiento hizo su aparición ante mi presencia, decidí poner la película de mi prima. Pese a sus advertencias, la metí en el vídeo y apreté el “Play”. He de reconocer que casi me quedo dormida durante los primeros quince minutos, pues parecía un rollo impresionante. Me despertó el sonido de unos gritos. Abrí mis ojos medio adormilados y contemplé una horrorosa imagen en mi televisor. En mis años de existencia había visto múltiples películas sangrientas, pero en ésta, pese a ser de los años setenta, culminaba la repugnancia. Las escenas tenían un realismo que mas hacía pensar en que estaba viendo un documental de como torturar y martirizar a seres vivos, humanos y animales, que en una película de ficción.
Pero pese a la repugnancia que producía en mi estómago la sangrienta crueldad de los protagonistas, no podía cesar de ver las imágenes. El ansia por continuar viendo la película se convirtió en una necesidad para mí. Recuerdo con especial asco una escena en la que se decapitaba y se la arrancaba el caparazón a una enorme tortuga. Puede parecer absurdo que fuese precisamente esta la escena mas impactante para mi, pues se cometían fuertes crímenes humanos, pero era una escena dotada de tal realismo que hacía dudar si era una escena ficticia o por el contrario ese animal soportó ese suplicio para filmar la película. Espero que no fuese así.
Otra escena verdaderamente desagradable fue la visión de la mujer empalada. Resultó horroroso. Pero pese a sentirme asqueada e incluso atemorizada, rebobiné mas de dos veces esa escena, y cada vez me producía mas horror, pero algo me obligaba a verla, quizás ese espíritu morboso que todo humano esconde en su interior. La primera vez la miré con los ojos entreabiertos, pero las siguientes veces, de forma gradual, fui observándola cada vez mas meticulosamente, hasta tenerla perfectamente gravada en mi mente.
Fue por ello que al apagar la tele para irme a dormir, descubrí un cierto temor en el silencio. Me atemorizó tanto que no pude andar un paso envuelta en la oscuridad. Tras apagar la luz de la pequeña lamparilla de mesa del salón, me vino la escena de la muchacha empalada. En tan solo un segundo múltiples ideas vinieron a mi mente, como el temor de encontrármela en el pasillo, el pánico a estar tan cerca como para percibir el agrio olor de la sangre seca sobre su probable frío cuerpo, el horror de sentirme apresada inmóvil por la desaparición de mis reflejos, en fin, el temor a la imaginación, pues de sobra sabía que jamás me encontraría la empalada fuera de los límites de mi subconsciente.
Así pues, volví a encender la luz de la lamparilla, encendí la del pasillo, volví al salón y apagué la lamparilla, para posteriormente encender la luz de mi habitación y poder así apagar la del pasillo. Era un continuo encadenamiento de luces, pues antes de apagar la luz de la habitación, encendí la de la cabecera de mi cama para iluminar mi última caminata nocturna desde la puerta de mi cuarto, la cual cerré bien encajada para evitar ver extrañas sombras que induciesen a pensar en la empalada, hasta mi cama.
Una vez acostada, apagué la última bombilla. La oscuridad inspiraba constantemente mi mente. No solo pensaba ya en la empalada, pues otros horrendos crímenes fluían de mi memoria para alterar mi flujo sanguíneo. Daba igual que fuesen hechos reales o ficticios. Cualquiera de ellos parecía estar dispuesto a reflejarse en mi habitación. Cada vez que abría un ojo para cerciorarme del absurdo de mis temores, nada se veía en mi oscurecido habitáculo, pero no por eso mi imaginación iba a rendirse. Todavía le quedaba la esperanza de hacerme pensar en un posible cadáver, o lo que es peor, un maníaco, escondido bajo mi cama.
Los sudores empezaron a recorrer mi frente. El Verano y el miedo estaban convirtiendo mi cama en una sauna. Recuerdo que las leves brisas que aveces aparecen en las noches de Agosto brillaban por su ausencia. El calor casi llegó a ser mas insoportable que el miedo, pero no logró ser el vencedor. No solo no me levanté a abrir la puerta para que corriese el aire, sino que además, tapé mi cuerpo hasta el cuello con la única sábana que cubría el colchón para evitar un contacto directo con la mano que en brevedad ascendería desde bajo mi somier hasta el asustado cuerpo que era yo intentando formar una fingida somnolencia.
Se puede no luchar contra el calor, pero no se puede dejar libertad a otros instintos naturales. Pese a que intenté ignorarlo, un progresivo hinchamiento de mi vejiga me estaba empezando a retar. Intenté comprimir mi abdomen para evitar incrementar las ganas, pero no lo logré. Nadie puede impedir lo inevitable. ¿Qué podía hacer? Pese a que me disgustase, tenía que acudir al baño. O iba, o sufriría una vergüenza interior mas fuerte que el miedo a sentir las gélidas manos de la difunta empalada sobre mi piel.
Encendí la bombilla de mi cabecera, después la lámpara y, sin pensarlo demasiado, abrí la puerta de mi cuarto. Fuera estaba oscuro, pero la luz de mi lámpara y mi bombilla, formaban un pequeño haz de luz que alcanzaba hasta el interruptor de los alógenos del pasillo. Velozmente, salí de la habitación y pude apretar este interruptor. Pero todavía me quedaba una dura prueba antes de alcanzar mi objetivo. Desde que era pequeña, había sentido un gran respeto por las bañeras en la noche. Quizás porque vi “Psicosis” a muy temprana edad, siempre tuve la idea de que iba a hallar un cadáver sangriento tras las cortinas del baño. Nunca lo encontré, y esa idea había ido desapareciendo, pero aquella noche volvió a mi.
Así pues, con gran temor, encendí la luz del cuarto de baño y entré en su interior. La cortina de la bañera estaba totalmente extendida y no me permitió, en un principio, cerciorarme de la inexistencia del cadáver.
De un golpe seco, corrí las cortinas hacía la derecha con tal ímpetu que se desgarraron tres de las anillas instaladas en la barra superior de sujeción. Y tal y como esperaba, allí estaba, solo, abandonado, el cubo de la ropa sucia, que yo misma había colocado allí para fregar el suelo, esperaba a que le devolviese a su lugar. Pero no había tiempo. Debía regresar a mi escondite, a mi trinchera, donde la mujer empalada no pudiese alcanzarme, es decir, bajo el amparo de mi sudada sábana.
Una vez protegida de mis fantasmas, recordé que no había cerrado la ventana de la terraza de la cocina. Ciertamente, vivía en un piso de difícil acceso, pero únicamente en vertical, pues empecé a pensar en una posible entrada desde la ventana de mi vecina. Era sencillo, tan solo tendrían que proponérselo para poder irrumpir en mi hogar.
No pensaba en mis vecinos, si no mas bien en un posible intruso que al acceder en su piso, viesen también factible introducirse en el mío.
Una vez mas con mi sudoroso valor, salí de mi habitación pensando en la empalada, crucé el pasillo, encendí la luz de la cocina y entré en la terraza. Efectivamente la ventana estaba abierta. Me asomé con temor de hallar, a modo de ejemplo, una persona ahorcada en el tendedero del patio de vecinos, pero no fue así. Cerré la ventana y huí a mi habitación.
Otra vez estaba tumbada sin poder dormir. Me asaltó una duda. ¿Y si ya se había colado un intruso? Con las prisas no había mirado tras la puerta de la cocina. Quizás el criminal se había escondido ahí para evitar que le viese.
Comencé a escuchar pasos. No podía descifrar si eran en el piso superior o bien en el mío. El temor formaba parte de mi organismo. Era uno mas de mis sentidos. Pero no lograba acostumbrarme a él. Yo que no había tenido nunca miedo, estaba totalmente atemorizada por el simple hecho de haber visto aquella horrible película. ¿Como era el titulo? No lo recordaba, algo parecido a “Solo Fausto y Aníbal”.
Empecé a pensar que los pasos no eran de una persona, si no mas bien de un ente espectral. Quizás la empalada existió realmente y su espíritu se vengaba de todo aquel que veía la película. Ante aquella duda, decidí taparme hasta el cuello y cerrar los ojos en espera de mi muerte. Pero los minutos transcurrían y no llegaba la hora de mi sentencia. Permanecí inmóvil durante varias horas, hasta que los primeros rayos del sol se posaron sobre mis apretados párpados. Abrí primero el ojo derecho, luego el izquierdo y mas tarde decidí incorporarme. Pero algo era diferente. Intenté sentarme en mi cama sin conseguirlo. No podía moverme. Mis esfuerzos fueron en vano. Mis músculos no obedecían a mi cerebro. Me encontraba muerta en vida. El miedo había sido mi verdugo y su arma yo misma la había puesto en sus manos al ver aquella película tan horrorosa.
Estaba condenada a la inamovilidad. Ni tan siquiera pude volver a cerrar los ojos. Esperé la llegada de mi familia, pero las horas parecían días y los días meses. Pasada una semana regresaron. Mi madre entró en mi cuarto y descubrió mi inerte cuerpo.
No pude hablarle, no pude explicarle nada, de modo que compraron un ataúd para mi entierro. Tenía realmente mi cuerpo exánime, pero mi mente había sobrevivido a aquella defunción, lo que provocaba un cierto desacuerdo en mi persona por aquel sepelio. Pero no encontraba la manera de evitarlo.
La noche de mi velatorio descubrí que el temor no solo me había vencido, si no que todavía se regodeaba de mí. En apenas diez horas, mis pulmones se asfixiarían al carecer del oxigeno que les era necesario para sobrevivir. Era inevitable. Mis horas estaban contadas. Pero pese a saber que iba a morir, había algo que me seguía atormentando, y es que realmente yo era muy perseverante en mis sentimientos. Todavía pensaba en la empalada, en que me la iba a encontrar en el mas allá. Mi temor a morir quedaba totalmente eclipsado con mi pánico a la empalada. ¡Cómo lamentaba haber visto aquella película tan indescriptible con vanas palabras!
Mi muerte era un hecho. No encontraba la manera de comunicar mi estado viviente, por lo que me resigné a mi destino.
Aunque resulte extraño, no me cerraron los ojos para velarme, de modo que pude contemplar, una a una, las múltiples caras, muchas de cortesía, otras pocas de sentimiento, que se asomaban para dedicarme su último adiós. Y entre cara y cara se acercó a mi el rostro de un policía que dijo: “se ha cometido una fuerte irregularidad”. En ese preciso instante perdí el conocimiento. Creí que era la llegada de mi muerte, pero me equivoqué. Cuando desperté pude comprobar que ya era tarde para mí. Mis padres habían olvidado con su dolor, que yo había donado mis órganos a la ciencia, y por ello, pude ver claramente mi corazón, mis riñones, mi bazo, mi hígado y otras cosas sobre la mesa del quirófano. Por lo menos, no sentí nada. Mi muerte material anulo en mi el dolor.
Todo podía asumir excepto mi último castigo. Cuando estaba preparada para mi traslado al tanatorio, trajeron ante los forenses el cadáver de una muchacha de unos veinte años que había sido brutalmente asesinada. La pusieron ante mí y entonces pude comprobar el motivo de su muerte; había sido atravesada con un grueso palo de madera y expuesta al sol durante siete días. Para mi era la empalada que durante aquella noche yo había evitado encontrar en el pasillo. Y ahora estaba frente a mí, llena de sangre seca por todo el cuerpo, esperando a ser diagnosticada. Aunque para mí el motivo era evidente. Estaba totalmente rasgada. Solo las extremidades se habían librado de aquel suplicio, como la muerta de la película.
Intenté dejar de mirarla, pero no podía cerrar los ojos, no podía mover nada, y menos ahora que realmente me habían extirpado mi interior. Escuché entonces que iban a abandonar el cadáver de la chica en una tumba de desconocidos, pero uno de los médicos tuvo la horrible idea de querer aprovechar el que sería mi ataúd.
No podría soportarlo. Nada me daba mas pánico que una empalada. En vida, fue el motivo de mi muerte, y ahora, desde mi muerte, iba a ser el motivo de mi locura. No aceptaba esa decisión. No podía permitir que me castigasen a no alcanzar jamas el reposo eterno compartiendo mi sepultura con la causa de mi temor. Pero lo hicieron. Ambas fuimos incluidas en el mismo lote de salida del hospital y nos trasladaron al cementerio. Una vez escuché el llanto de mi madre, la misma fuerza que en vida me hizo parecer muerta, esta vez, desde la muerte, me alentó a mostrarme viva. Y fue con un grito de espanto, mezclado con vómitos de serrín, con el que al fin pude manifestar mi temor. Y mi familia abrió el ataúd y como histérica salí corriendo, aunque no llegué demasiado lejos, pues al llevar tres segundos huyendo, recordé mi generosidad con la ciencia, por lo que mi cuerpo se desplomó y mi pánico con él desapareció.
Lamento no poder recordar con exactitud el título de la película motivo de mi muerte, aunque quizás sea mejor así para que no intentéis verla, pues a pesar de horrorizar al espectador, crea al mismo tiempo una imperiosa adición por contemplar los mas crueles crímenes sangrientos maquinados por la mente del ser humano...
Amanda
Ay si.. Recuerdo cuando escribiendo esto... Hará nueve o diez años.. Qué repugnante es. Esta y una que se titulaba, La última casa a la izquierda..
Como los que no habéis visto la peli podríais pensar: "qué exagerada", ahí va la foto de la carátula (y de la escena en si) para que sintáis mi miedo. Sé que es asqueroso, pero os hará mas fuertes en la vida. Ánimo.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

YA LO HE SOLUCIONADO Y PODÉIS COMENTAR.

Anónimo dijo...

Eva, estás fatal. Háztelo mirar. Besitos.

Anónimo dijo...

Charro, eres tú?
Mientes! Eres Feliu..
A qué molan los relatos?

Anónimo dijo...

yliupues debía ser el charrus porque yo no. Antes no me dejaba agregar comentarios. Y sí, tiene razón, estás muy mal de lo tuyo. Deberías ir a q te revisen la medicación

Anónimo dijo...

Quién está peor, el que ve la peli o el que te recomienda que veas la peli?

Anónimo dijo...

¡Eh! ¡eh!, ¡un respeto! esa película destila estilo y buen hacer en cada centímetro de su metraje, lo que pasa es que Eva es muy impresionable y eso queda plasmado en el texto. X-D.

Alguien pécoro dijo...

"La última casa a la izquierda". Otra peli de 1972 digna de comentar...
Mari y Phylis quieren celebrar el decimoséptimo cumpleaños de la primera con un concierto de su grupo preferido, Bloodlust. Pero antes que lleguen a la Gran Ciudad, son raptadas por un trío de maníacos. Las violan y las asesinan brutalmente (ahí empieza lo repuganante. A una le sacan los intestinos estando viva, lo recuerdo...)tan sólo a cien metros de la casa de una de las chicas. Abandonan los cuerpos y se dirigen a la casa sin saber que allí viven los padres de Mari. Poco a poco, los padres irán tomando conciencia de lo que ha sucedido realmente y tras asimilarlo, vendrá una venganza ciega, atroz y sin concesiones. (eso es con lo que mas disfrute, la escena en la que la madre de la chica opta por hacer una particular felación a uno de los tipos...Previsible!)
OS LA RECOMIENDO. SI OS GUSTO HOLOCAUSTO, ES DEL ESTILO.

Anónimo dijo...

Joer, la de la última casa a la izquierda es la caña, la ví siendo bastante peque y me impresionó totalmente lo de la felación de la madre al joputa violador, no me podía imaginar que la mente humana fuera tan perversa como para hacer eso. Buena peli.

el muñeco de la bego

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a ver si lo trae

UMMMM... ESTÁ ES MAS ALEGFRE Y MAS ABAJO OS DEJO LA MEJOR..

AMANDA AMANDITA, MIRA TU NUEVA CASITA.... MIRA, ESTÁN FELIU Y OSOIDE...

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SU NUEVO HOGAR!. AMANDA, VEN AQUÍ! DEJA DE HUIR ENTRE LAS TUMBAS!

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QUE TIENE UNA CASA CHULA

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