“El nacimiento de William Aftersave fue realmente un milagro. Pocos son los niños que sobreviven si nacen cuatro meses antes de lo previsto por la naturaleza. Apenas estaba formado cuando William insistió en salir a la luz. Fue doloroso para todos, pues nadie apostaba por su vida, pero sobrevivió. Tras cuatro meses de incubadora, cinco años de guardería, ocho de colegio, cuatro de Instituto, seis de carrera y dos opositando, William volvió a sentir en sus propias carnes el resultado de un milagro.
Atosigado por las prisas típicas de una ciudad William, hombre mas que despistado, acostumbraba a cruzar las carreteras sin apenas dirigir previamente su mirada a ambos lados, por lo que siempre le pitaban los conductores e incluso le insultaban. Pero no por ello tomaba mayores precauciones. Así fue que un día, en el camino de regreso a su hogar paterno, un coche estuvo bastante próximo a atropellarle. Pero resultó extraño cómo lo explicó William:
- El coche se aproximó velozmente hacia mi. Cuando quise reaccionar me percaté de que era demasiado tarde. Mi vida circuló ante mis ojos. Pude ver mi incubadora, mi nana Marian Loo, mis compañeros de universidad, la despedida de soltero de mi amigo Jim... Pero cuando esperaba la llegada de mi muerte, una extraña fuerza me empujó hacia la acera. Lo mas extraño fue el susurro que me acompañó en esos breves instantes de impulso: “SORCESU MIRESETU”
Tras su relato a la policía, regresó a su casa. No le dio mas vueltas.
Pasaron dos años. William ya tenía un empleo fijo y una solvente cuenta bancaria. Todo parecía irle bien, tanto que se le ofreció otra tercera oportunidad de renacer frente a la adversidad. Tuvo la desgracia de conducir su coche por la misma carretera que Tom Whiskolich, un conductor ahogado en alcohol por las múltiples infidelidades de su esposa. Fue inevitable. Los coches chocaron. Tom murió pero William, inesperadamente, salió ileso, inconsciente por el fuerte golpe, pero ileso sin duda. Recordaba quedar aturdido por la colisión, pero no recordaba haber salido disparado fuera del coche, lejos de la explosión. Eso sí, en el momento previo a la colisión, había escuchado de nuevo aquellas extrañas palabras ya susurradas hace tiempo: SORCESU MIRESETU
Tras la cicatrización de su leve herida en la mejilla, William conoció a una bella mujer llamada Montes. Fueron felices durante tres años de noviazgo, pero pasado este tiempo, los problemas empezaron a sucederse sin descanso. En primer lugar Montes empezó a alejarse de él pues el trabajo le absorbía todo su tiempo y su atención. Esta distancia provocó lentamente en ella un progresivo olvido que culminó con su huida con Jim, el amigo de William, ya divorciado por las histerias de su mujer.
Debido a este tipo de problemas personales, William empezó a disminuir su rendimiento en el trabajo. No pudieron echarle, pues era un funcionario, pero si redujeron sus responsabilidades, y en consecuencia, sus complementos económicos. Con la mitad de sueldo y sin novia, no era un hombre muy feliz, menos aún cuando fallecieron en un trágico accidente sus padres, hermano y cuñada. Quedó solo en el mundo, sin demasiados amigos, sin ilusiones, sin esperanzas, cuyo único incentivo era provocar su propia muerte.
Así pues, tras adquirir en una tienda de todo a veinte duros (veinte duros relativamente, pues luego existen miles de excepciones, como televisores, walkmans, cámaras de vídeo, vestidos...) una cuerda la ató, por un extremo, de la lámpara de su habitación y por otro, rodeó su cuello. Se subió a una silla, tensó la cuerda y saltó. ¡Pero tuvo mala suerte!, o buena, según se mire. Cuando su cuerpo empezaba a tambalearse en círculos suicidas, el susurro de siempre, las palabras extrañas, volvieron a surgir: “SORCESU MIRESETU”. Posteriormente, la cuerda se rompió y la operación suicidio inminente quedó anulada.
William, mosqueado por sus desgracias, caído en el suelo y con dolor, retó a la voz a que manifestase su presencia. No lo hizo. Pero deseaba tanto morir que su ánimo no decayó en su intento. Corrió al cuarto de baño, cogió las viejas cuchillas de afeitar de su difunto padre y se hizo un corte en ambas muñecas. No obstante, no por ello logró su objetivo. Ciertamente se quedó adormecido. Él consideró que eso era el perenne reposo. Incluso soñó: Caminaba por un frondoso bosque en busca de algo. De repente, de entre las matas aparecían dos conejos que entre ellos hablaban. Se podía escuchar que huían de una jauría. -Son galgos- dijo el conejito de la izquierda; -No, son podencos-, replicó el situado a la derecha. Tan obsesionados estaban por descubrir qué raza eran, que no se percataron de su proximidad. Tanto se acercaron que clavaron sus afilados dientes en la cabeza del conejito izquierdo y en ambos ojos del derecho. La sangre brotaba sin cesar. La hemorragia era de una continuidad absoluta. El conejo de la izquierda parecía estar aún con vida, pues hacía esfuerzos por moverse. Pero los perros, que por cierto, eran San Bernardos como Cujo, el perro asesino de una película de los setenta, le arrancaron de un tirón sus graciosillas orejitas y le desgarraron el cuello. ¡Era increíble ver cuánta sangre se ocultaba en el cuerpo de dos pequeños conejitos! En ese momento, ambos animales descuartizados y sin vida, como si fuesen zombies, miraron a William y le dijeron “SORCESU MIRESETU”.
Pero aquel sueño de no era el sueño eterno. Despertó sobresaltado por tan repugnante carnicería y comprobó que debido a la gran cantidad de sangre acumulada en los cortes, ésta había formado una espesa costra y había servido de vendaje para impedir la salida de mas plasma. Así pues, no murió.
Abatido en su desesperación acudió al cajón de las medicinas. Allí estaba lo que necesitaba: somníferos. Se tragó sin agua todos, uno tras otro. Se volvió a quedar dormido, esta vez sin los San Bernardos, pues no le dio tiempo a alcanzar esa fase del sueño ya que, un repentino “ardor” le despertó al tiempo que escuchaba las palabras “SORCESU MIRESETU”. Debido al problema intestinal estuvo mas de cuarenta minutos en el cuarto de baño, pues las pastillas que se había tomado estaban caducadas y le habían producido un acuciante efecto laxante.
Aburrido de tantos fracasos, decidió darse otra oportunidad y no morir.
Tras la desaparición de sus cicatrices múltiples, acudió a la biblioteca. Por lo menos quería averiguar qué significaban aquellas extrañas palabras que tantas veces había escuchado. Pero torpe como nadie, al llegar a la biblioteca no recordaba exactamente el orden de las letras. Dudaba entre “SORSUCE MIRESETU”, “SORCESU RETUMISE”, “SORSUCE ERETUMIS” o “MISORSUCE RETUSE”.
Como no lo tenía claro, provocó una vez mas su aparición. Se tiró por la ventana de la biblioteca. Mientras caía, las palabras le acompañaron: “SORCESU MIRESETU”. No le pasó nada, como él mismo esperaba, pues la suerte le volvió a tender la mano al favorecer el tránsito de un camión lleno de lana recién esquilada por la carretera que rozaba la pared albergue de esa ventana. Subió a la sala de lectura y buscó las palabras. Primero en los diccionarios en castellano, luego en inglés, luego en francés, en alemán, en griego, en latín, en árabe y en portugués. Pero resultó inútil. No descubrió el significado.
En un alarde de osadía William preparó una “trampa” a las misteriosas palabras para averiguar su origen. La base de su plan era la paciencia, de modo que el objetivo era quebrantar el aguante de la voz para que se fuese. Compró todo lo necesario e instaló su idea en la casa de sus difuntos padres. Necesitó cuerdas, cuchillos, pistolas y veneno. En resumen, cosas para facilitar una defunción certera.
La casa acabó siendo una trampa mortal. Aunque puso de nuevo la soga alrededor de su cuello, la ató en la lámpara y se subió a la butaca, previamente en el suelo había colocado alrededor del asiento múltiples cristales rotos y varios cuchillos, pegados en vertical con el filo apuntando al techo, de modo que si la cuerda se quebraba, la caída fuese, cuánto menos, sangrienta. Pero no contento con eso, se había tomado un veneno lento pero seguro, y llevaba una pistola en su mano para dispararse en la sien al tiempo de golpear la silla para provocar el ahorcamiento. No podía fallar.
Y por fin, lo hizo. Ya subido en aquella silla, con el arma apuntando su cabeza, los afilados justicieros en el suelo y el mortal líquido apoderándose de su cuerpo, no vaciló, saltó y disparó el arma. Entonces la voz de siempre, alteró sus palabras “SORCESU MIRESETU” por lo siguiente:
- ¿Quieres dejar de hacer el jilipollas?
William estaba tan asombrado por el cambio de actitud de la voz que no se percató de que nada le había pas
ado. Se había producido un breve terremoto, las paredes se habían derrumbado, el suelo se había abierto, los puñales habían caído, los cristales habían desaparecido por la grieta, la cuerda se había roto, la pistola estaba obstruida por lo que la bala no había salido y, para colmo, el veneno había sido absorbido por su extraño metabolismo, el cual jamás se recuperó de los efectos purgantes.
Caído en el suelo pero alejado de peligros, William pudo ver una oscura figura enfrente de él, con una túnica negra y amplia capucha cubriéndole el rostro. La extraña imagen debía ser el que por tantos años había sido su ángel de la guarda. Así pues conversaron:
- Me gustaría saber quién eres y por qué me amparas.
- Yo soy la muerte.
- ¿La muerte? No puede ser, no tiene sentido que, precisamente tú, me hayas protegido todo este tiempo.
- Pues créelo. He sido yo. Me ha costado, pero he sido yo.
- ¿Por qué?
Tras esta pregunta, la muerte invitó a William a sentarse, pues lo que tenía que explicarle era un poco largo y era un poco extraño.
Una vez acomodados, la Muerte empezó a hablar.
-Desde antes de millones de años he estado presente cada vez que una vida se ha acabado. Desde un simple gusano hasta Hitler pasando por los dinosaurios y los líderes del Imperio Romano. Todo ser vivo ha pasado por mis manos. Pero el cansancio ha hecho mella en mi. Y eso que ahora tengo menos trabajo por los avances químicos y tecnológicos. ¡Todavía recuerdo mi primer gran consuelo, la penicilina!, luego los marcapasos, mas tarde las operaciones por ordenador, las técnicas de transplantes, las transfusiones... ¡Son tantos mis sustitutos!, ¡Cada vez lo tengo mas fácil! No sabes lo lejos que han quedado aquellos tiempos en los que la esperanza de vida era de treinta años. ¡Esos si que eran épocas duras! Y ni que decir tiene lo que agotan las guerras y las epidemias. Ahora que hay mayor calma, es buen momento para solicitar tu auxilio.
En este punto, William interrumpió a la muerte preguntándole qué podía hacer. Ella le respondió:
-Tú eres mi sucesor. Las reglas son así: cada 666.666.666.666 nacimientos, puedo designar a un sucesor. Hasta el siglo pasado me sentí con fuerzas de continuar con mi trabajo, pero hace unos años tuve la necesidad de retirarme para descansar. Sin embargo en ese momento para alcanzar una vez mas el 666.666.666.666 de nacidos faltaban 60.000. Y, ¡Imagina quien fue el número 666.666.666.666!
- ¿Yo?
- Exacto.
- Pero, yo no quiero ser la muerte.
- Pues tiene sus ventajas. Conoces gente, ¡Que digo gente!, Conoces a toda la gente. También ves mundo, puedes comparar la diferente evolución de los países...
- Pero, ¿Tú puedes decidir quién muere y quien no?
- Jamás. Yo tengo una lista con los nombres, hora, lugar y forma en que deben perecer. Yo no lo invento. Simplemente, aparece en la lista. Yo estoy en el lugar y momento indicados para recoger al pasajero.
- Y dime ¿Qué hay mas allá?
- No puedo decírtelo. Solo cuando seas tú la muerte lo sabrás.
- Pero...
- No debes preocuparte. Nunca estás solo porque siempre tienes alguien a quien recoger. Conoces a los famosos, a los no famosos, a los ricos, a los pobres...
- ¡Un momento! Has dicho que no eres tú el que decide sobre la vida o la muerte. Entonces ¿Cómo has podido salvarme a mi tantas veces?
- Es una facultad que únicamente puedo ejercer con el que designe como sucesor. Puedo salvarle las veces que sean necesarias hasta que alcance la edad requerida para morir y adquirir el título de Muerte.
- ¿Y a qué edad podré morir?
- Veras...
-¿Veras qué?
- Vas a tener que esperar algunos años...
- ¡Habla! ¿De qué cifra estamos hablando?
- 66
- ¿Sesenta y seis años?
- No. Sesenta y seis lustros
- Pues no, no quiero ser tú. ¿Que voy a hacer yo tantos años en este mundo? Estoy aburrido de mi vida. ¡No puedo aguantarla por tanto tiempo!
- Esta bien, no te alteres...
- ¿Cómo que no me altere? Te lo advierto: O empiezo a ser la muerte de aquí a un mes, o tendrás que buscarte a otro sustituto.
- No puedes amenazarme así.
- ¿A no? Y dime ¿Qué harás?, ¿Matarme?
- No, pero si un elegido renuncia a ejercer su cargo va a parar al “Exépulos”, y te lo advierto, no quieras saber qué es. El Infierno es un paraíso frente a él. Es horrible. Te introducen en una estrecha caja de cristal, no mas grande que un ataúd, solo, en la oscuridad, sin poderte mover, sin poder hablar, y todo estando consciente. Yo te ofrezco todo lo contrario. No tendrías un momento de soledad tras los 66 lustros.
- Ya. ¿Y mientras espero la llegada de mi muerte?
-Deberás recluirte en algún lugar donde no te encuentren. A tus compañeros de oficina les extrañaría tu lento envejecimiento.
-No creas. La cirugía hoy hace milagros con cualquiera.
- No podrás conocer a nadie mas de lo imprescindible. Tienes que entenderlo. ¡No puedes arriesgarte a tener que enviar a un amigo tuyo al Infierno. ¡Te resultaría doloroso! Esto es como un negocio. Tú eres el Jefe de una empresa en la que no se puede mantener ningún contacto con los clientes. Has de ser objetivo. No puedes dejarte influenciar por tus emociones. Luego, cuando pasen los años, perderás tus sentimientos, te convertirás en un ser frío y calculador, sin angustias, sin penas ni remordimientos. Así tendrá que ser. Te aceptarás y comprobarás la necesidad de nuestra causa.
- ¿Morir es un necesidad?
- Por supuesto. Nunca te has parado a pensar qué hubiese sido del mundo si nadie hubiese fallecido. La capacidad del planeta tiene un límite. Imagina que desde el Imperio Romano, ¡y solo te digo desde entonces!, nadie hubiese muerto. Hoy la vida sería un caos, sin apenas unos metros libres de vida humana. Pues bien, a esto súmale los animales y las plantas. Sería una locura.
- ¡Pero cometes muchas injusticias!
- Te repito que no soy yo la que decide. Lo hace la vida misma. Unos necesitan morir para que otros nazcan.
- Esta bien, acepto. Después de todo, lo único que he querido desde hace un tiempo es morir, por lo que poca diferencia existirá entre morir y ser la misma muerte. Además no me mola la idea del sitio ese.
- ¿Exépulos?
- Eso. ¿Cuánto tiempo tengo para recoger mis cosas y huir al olvido?
- No necesitarás nada. Yo te llevaré y te daré todo lo que necesites.
- ¿Tengo que llevar una túnica negra y una guadaña como tú?
- Si, así esta bien. En realidad es una idea que no se me ocurrió a mi, si no que se lo debo al cine y a los viejos libros. Nunca pensé que se tuviera ese concepto de mi. Yo antes iba vestida de cualquier color, pero me pareció buena idea ocultar mi rostro a los “clientes”. Mola ver cómo se atemorizan al verme. Pero no te alarmes, luego te toman confianza y te cuentan su vida, el porqué de su muerte, de sus crímenes...
- Pero tengo tantas dudas...
- Pregunta, pregunta sin miedo.
- Una vez asumido el cargo ¿Envejecemos? ¿Cómo eres tú? ¿Eres una anciana o estás ya en los huesos? ¿Eres mujer o eres hombre? ¿Es cierto que das el beso de la muerte para llevarte a tus víctimas? ¿Existe de verdad el Infierno o es una leyenda? ¿Te llevas solo el alma? ¿El alma sufre dolores de cabeza? ¿Existe de verdad el reencuentro tras la muerte? ¡Ah!, y otra cosa, ¿Cuánto tiempo de vida le queda a Montes? ¿Morirá de muerte dolorosa? ¿Podré verlo?
- ¡Lo tuyo si que son dudas!. Te responderás tú mismo a todas estas cuestiones cuando alcances el saber de la Muerte. Respecto a Montes, no puedo darte detalles, pero te aliviará pensar que ya esta en mi lista.
- ¿Ya? ¿Tan joven?
- En realidad no es tan joven. Tiene quince años mas que tú, sin embargo siempre te lo supo ocultar. Pero limítate a preguntarme por el cargo, no por personas concretas, pues no te puedo decir nada mas.
- Esta bien. Hay otra cosa, ¿Qué sucede cuando tienes que recoger a unos niños?
- Bueno, pese a que no debería puesto que este oficio debe regirse por la objetividad como ya te he dicho, intento siempre hacerles alguna gracia para que no lloren. Siempre acaban riendo conmigo. Sé tratarles.
- Solo una pregunta mas. ¿Qué quiere decir SORCESU MIRESETU?
- Ya te lo he dicho, todas estas chorradas son ideas del cine, no mías. Lo que pasa es que cuando las vi me atrajo la idea de asustar al personal.
- Si ya, pero ¿que quiere decir?
- Te repito que ya lo sabes. Piénsalo. Cuando lo averigües, sabrás que has adquirido la sabiduría eterna. ¿Alguna otra pregunta?
- ¿Puedo ver tu cara?
- No.
En conclusión, William se quedó sin saber el significado de las palabras. Pasados los 66 lustros tomó posesión de su cargo. La Muerte desapareció.
William había sido instruido en lo que sería a partir de ese momento su oficio. Pero era algo lento. Además no estaba del todo aislado de sus sentimientos, por lo que decidió hacer su trabajo aun mas lento para favorecer al Mundo. Solo atendía velozmente a los suicidas, pues era solidario con su causa. Con la anterior Muerte podían morir millones de cosas a la vez. Con William el número estaba bastante limitado. Él pensaba que su actitud era buena. Pensaba que cuanto mas tardase en acudir a recoger sus víctimas, mas tardarían en morir. Esta teoría era correcta. Mientras él no acudiese, la persona destinada a morir no moriría, pero él no podía obviar lo inevitable. Él no era responsable de los accidentes ni de las enfermedades. Pero no se daba cuenta. Mientras él era feliz pensando en que hacía un bien, lo que realmente estaba provocando era un terrible sufrimiento a los que fueron sus congéneres. Las personas agonizaban durante días hasta que William llegaba a recogerles. Las enfermedades mortales se prolongaban hasta el momento del ocaso. Era un caos. Horribles mutilados sufrían fuertes dolores durante varias horas hasta que William acudía a su cita pendiente con ellos. Su lentitud ciertamente provocaba dolor y angustia, pero él lo ignoraba. Recibía cada día una lista con los nombres de los destinados a morir y él, simplemente, reelegía a su antojo quién llevarse y quién no.
Un día, en uno de sus largos paseos por el Cementerio, se le acercó una pálida mujer con un largo vestido color malva y le dijo:
- ¿Cuando piensas venir a recoger a mi hermano?
William quedó bastante sorprendido de que le reconociesen, por lo que la pregunto:
- ¿Quién eres tú? ¿Por qué me ves?
La chica llevó a William al “High help hospital”, donde le mostró a su hermano Zuleo.
Zuleo, un niño de siete años, llevaba tres meses sedado por su incapacidad de soportar el dolor. No tenía piernas, pues en un accidente de tráfico las perdió, junto con parte de la mandíbula inferior. Estaba realmente grave. Cualquiera hubiese muerto en el acto, pues perdió mucha sangre. Pero por algún motivo, que nosotros si sabemos pero no los médicos, Zuleo no fallecía. Agonizaba lentamente, y nunca le llegaba el fin. Cada vez que despertaba no podía mas que llorar por el dolor. Era peor que una horrible tortura.
Tras mostrarle a Zuleo, le mostró a Sénola. Era una mujer con T20, la mas grave enfermedad del segundo milenio, peor incluso que el SIDA o el CÁNCER. Consistía en un desmesurado crecimiento de todos los órganos internos hasta llegar a reventar la estructura ósea, los tejidos musculares y rasgar la piel. Normalmente los afectados morían en veinte días, pero Sénola llevaba mas de siete meses esperando morir. Los calmantes formaban parte de su vida, parte de su organismo, por lo que apenas la sedaban.
La última visita fue para Don Bonicio, un anciano de ciento diez años. Vivía sentado en una silla, sin poder moverse ni hablar. Era como un vegetal. Una fría aguja era la encargada de suministrarle el suero de la vida. No sabían los enfermeros que no hubiese sido necesario, pues la actual Muerte no tenía interés en aliviarle.
Tras ver su error, William decidió repararlo, no sin antes agradecer a aquella chica que le hubiese mostrado la verdad. Primero se encargó de Zuleo, Sénola y Don Bonicio, pero en tan solo una semana, logró aliviar a todas las personas que esperaron por mas de un año su llegada.
Los humanos consideraron este cúmulo de muertes tan seguidas como una fatalidad del destino, pero los mas allegados a los difuntos comprendieron que la llegada de la guadaña había sido un regalo para los que tan ansiosamente la habían estado esperando.
William comprendió al fin que la muerte tan solo era la diferencia entre el sufrimiento eterno y el deseado descanso. Por fin pudo ver que él era el encargado de acabar con el dolor, las agonías y las situaciones irreversibles. No tenía por qué sentirse responsable de las desgracias, si no mas bien, orgulloso de poder ofrecer una alternativa al perenne dolor. Tras tanto esfuerzo, William paró por unos minutos para descansar, y fue entonces cuando la muchacha del vestido malva se acercó a él de nuevo y le dijo:
- SORCESU MIRESEYA.
Fue entonces cuando William vio claras aquellas invertidas sílabas origen de su destino.”
Amanda
Que os voy a decor ya... Qué me gustaría ser la gadaña? Pues si, de ahí estos delirios varios... Fijaos si hará tiempo que escribí esto que había aún pesetas... En fin, ya queda menos para que vengais todos para acá y comprobéis si realmente he conseguido ser yo la muerte. Jeje
Atosigado por las prisas típicas de una ciudad William, hombre mas que despistado, acostumbraba a cruzar las carreteras sin apenas dirigir previamente su mirada a ambos lados, por lo que siempre le pitaban los conductores e incluso le insultaban. Pero no por ello tomaba mayores precauciones. Así fue que un día, en el camino de regreso a su hogar paterno, un coche estuvo bastante próximo a atropellarle. Pero resultó extraño cómo lo explicó William:
- El coche se aproximó velozmente hacia mi. Cuando quise reaccionar me percaté de que era demasiado tarde. Mi vida circuló ante mis ojos. Pude ver mi incubadora, mi nana Marian Loo, mis compañeros de universidad, la despedida de soltero de mi amigo Jim... Pero cuando esperaba la llegada de mi muerte, una extraña fuerza me empujó hacia la acera. Lo mas extraño fue el susurro que me acompañó en esos breves instantes de impulso: “SORCESU MIRESETU”
Tras su relato a la policía, regresó a su casa. No le dio mas vueltas.
Pasaron dos años. William ya tenía un empleo fijo y una solvente cuenta bancaria. Todo parecía irle bien, tanto que se le ofreció otra tercera oportunidad de renacer frente a la adversidad. Tuvo la desgracia de conducir su coche por la misma carretera que Tom Whiskolich, un conductor ahogado en alcohol por las múltiples infidelidades de su esposa. Fue inevitable. Los coches chocaron. Tom murió pero William, inesperadamente, salió ileso, inconsciente por el fuerte golpe, pero ileso sin duda. Recordaba quedar aturdido por la colisión, pero no recordaba haber salido disparado fuera del coche, lejos de la explosión. Eso sí, en el momento previo a la colisión, había escuchado de nuevo aquellas extrañas palabras ya susurradas hace tiempo: SORCESU MIRESETU
Tras la cicatrización de su leve herida en la mejilla, William conoció a una bella mujer llamada Montes. Fueron felices durante tres años de noviazgo, pero pasado este tiempo, los problemas empezaron a sucederse sin descanso. En primer lugar Montes empezó a alejarse de él pues el trabajo le absorbía todo su tiempo y su atención. Esta distancia provocó lentamente en ella un progresivo olvido que culminó con su huida con Jim, el amigo de William, ya divorciado por las histerias de su mujer.
Debido a este tipo de problemas personales, William empezó a disminuir su rendimiento en el trabajo. No pudieron echarle, pues era un funcionario, pero si redujeron sus responsabilidades, y en consecuencia, sus complementos económicos. Con la mitad de sueldo y sin novia, no era un hombre muy feliz, menos aún cuando fallecieron en un trágico accidente sus padres, hermano y cuñada. Quedó solo en el mundo, sin demasiados amigos, sin ilusiones, sin esperanzas, cuyo único incentivo era provocar su propia muerte.
Así pues, tras adquirir en una tienda de todo a veinte duros (veinte duros relativamente, pues luego existen miles de excepciones, como televisores, walkmans, cámaras de vídeo, vestidos...) una cuerda la ató, por un extremo, de la lámpara de su habitación y por otro, rodeó su cuello. Se subió a una silla, tensó la cuerda y saltó. ¡Pero tuvo mala suerte!, o buena, según se mire. Cuando su cuerpo empezaba a tambalearse en círculos suicidas, el susurro de siempre, las palabras extrañas, volvieron a surgir: “SORCESU MIRESETU”. Posteriormente, la cuerda se rompió y la operación suicidio inminente quedó anulada.
William, mosqueado por sus desgracias, caído en el suelo y con dolor, retó a la voz a que manifestase su presencia. No lo hizo. Pero deseaba tanto morir que su ánimo no decayó en su intento. Corrió al cuarto de baño, cogió las viejas cuchillas de afeitar de su difunto padre y se hizo un corte en ambas muñecas. No obstante, no por ello logró su objetivo. Ciertamente se quedó adormecido. Él consideró que eso era el perenne reposo. Incluso soñó: Caminaba por un frondoso bosque en busca de algo. De repente, de entre las matas aparecían dos conejos que entre ellos hablaban. Se podía escuchar que huían de una jauría. -Son galgos- dijo el conejito de la izquierda; -No, son podencos-, replicó el situado a la derecha. Tan obsesionados estaban por descubrir qué raza eran, que no se percataron de su proximidad. Tanto se acercaron que clavaron sus afilados dientes en la cabeza del conejito izquierdo y en ambos ojos del derecho. La sangre brotaba sin cesar. La hemorragia era de una continuidad absoluta. El conejo de la izquierda parecía estar aún con vida, pues hacía esfuerzos por moverse. Pero los perros, que por cierto, eran San Bernardos como Cujo, el perro asesino de una película de los setenta, le arrancaron de un tirón sus graciosillas orejitas y le desgarraron el cuello. ¡Era increíble ver cuánta sangre se ocultaba en el cuerpo de dos pequeños conejitos! En ese momento, ambos animales descuartizados y sin vida, como si fuesen zombies, miraron a William y le dijeron “SORCESU MIRESETU”.
Pero aquel sueño de no era el sueño eterno. Despertó sobresaltado por tan repugnante carnicería y comprobó que debido a la gran cantidad de sangre acumulada en los cortes, ésta había formado una espesa costra y había servido de vendaje para impedir la salida de mas plasma. Así pues, no murió.
Abatido en su desesperación acudió al cajón de las medicinas. Allí estaba lo que necesitaba: somníferos. Se tragó sin agua todos, uno tras otro. Se volvió a quedar dormido, esta vez sin los San Bernardos, pues no le dio tiempo a alcanzar esa fase del sueño ya que, un repentino “ardor” le despertó al tiempo que escuchaba las palabras “SORCESU MIRESETU”. Debido al problema intestinal estuvo mas de cuarenta minutos en el cuarto de baño, pues las pastillas que se había tomado estaban caducadas y le habían producido un acuciante efecto laxante.
Aburrido de tantos fracasos, decidió darse otra oportunidad y no morir.
Tras la desaparición de sus cicatrices múltiples, acudió a la biblioteca. Por lo menos quería averiguar qué significaban aquellas extrañas palabras que tantas veces había escuchado. Pero torpe como nadie, al llegar a la biblioteca no recordaba exactamente el orden de las letras. Dudaba entre “SORSUCE MIRESETU”, “SORCESU RETUMISE”, “SORSUCE ERETUMIS” o “MISORSUCE RETUSE”.
Como no lo tenía claro, provocó una vez mas su aparición. Se tiró por la ventana de la biblioteca. Mientras caía, las palabras le acompañaron: “SORCESU MIRESETU”. No le pasó nada, como él mismo esperaba, pues la suerte le volvió a tender la mano al favorecer el tránsito de un camión lleno de lana recién esquilada por la carretera que rozaba la pared albergue de esa ventana. Subió a la sala de lectura y buscó las palabras. Primero en los diccionarios en castellano, luego en inglés, luego en francés, en alemán, en griego, en latín, en árabe y en portugués. Pero resultó inútil. No descubrió el significado.
En un alarde de osadía William preparó una “trampa” a las misteriosas palabras para averiguar su origen. La base de su plan era la paciencia, de modo que el objetivo era quebrantar el aguante de la voz para que se fuese. Compró todo lo necesario e instaló su idea en la casa de sus difuntos padres. Necesitó cuerdas, cuchillos, pistolas y veneno. En resumen, cosas para facilitar una defunción certera.
La casa acabó siendo una trampa mortal. Aunque puso de nuevo la soga alrededor de su cuello, la ató en la lámpara y se subió a la butaca, previamente en el suelo había colocado alrededor del asiento múltiples cristales rotos y varios cuchillos, pegados en vertical con el filo apuntando al techo, de modo que si la cuerda se quebraba, la caída fuese, cuánto menos, sangrienta. Pero no contento con eso, se había tomado un veneno lento pero seguro, y llevaba una pistola en su mano para dispararse en la sien al tiempo de golpear la silla para provocar el ahorcamiento. No podía fallar.
Y por fin, lo hizo. Ya subido en aquella silla, con el arma apuntando su cabeza, los afilados justicieros en el suelo y el mortal líquido apoderándose de su cuerpo, no vaciló, saltó y disparó el arma. Entonces la voz de siempre, alteró sus palabras “SORCESU MIRESETU” por lo siguiente:
- ¿Quieres dejar de hacer el jilipollas?
William estaba tan asombrado por el cambio de actitud de la voz que no se percató de que nada le había pas

Caído en el suelo pero alejado de peligros, William pudo ver una oscura figura enfrente de él, con una túnica negra y amplia capucha cubriéndole el rostro. La extraña imagen debía ser el que por tantos años había sido su ángel de la guarda. Así pues conversaron:
- Me gustaría saber quién eres y por qué me amparas.
- Yo soy la muerte.
- ¿La muerte? No puede ser, no tiene sentido que, precisamente tú, me hayas protegido todo este tiempo.
- Pues créelo. He sido yo. Me ha costado, pero he sido yo.
- ¿Por qué?
Tras esta pregunta, la muerte invitó a William a sentarse, pues lo que tenía que explicarle era un poco largo y era un poco extraño.
Una vez acomodados, la Muerte empezó a hablar.
-Desde antes de millones de años he estado presente cada vez que una vida se ha acabado. Desde un simple gusano hasta Hitler pasando por los dinosaurios y los líderes del Imperio Romano. Todo ser vivo ha pasado por mis manos. Pero el cansancio ha hecho mella en mi. Y eso que ahora tengo menos trabajo por los avances químicos y tecnológicos. ¡Todavía recuerdo mi primer gran consuelo, la penicilina!, luego los marcapasos, mas tarde las operaciones por ordenador, las técnicas de transplantes, las transfusiones... ¡Son tantos mis sustitutos!, ¡Cada vez lo tengo mas fácil! No sabes lo lejos que han quedado aquellos tiempos en los que la esperanza de vida era de treinta años. ¡Esos si que eran épocas duras! Y ni que decir tiene lo que agotan las guerras y las epidemias. Ahora que hay mayor calma, es buen momento para solicitar tu auxilio.
En este punto, William interrumpió a la muerte preguntándole qué podía hacer. Ella le respondió:
-Tú eres mi sucesor. Las reglas son así: cada 666.666.666.666 nacimientos, puedo designar a un sucesor. Hasta el siglo pasado me sentí con fuerzas de continuar con mi trabajo, pero hace unos años tuve la necesidad de retirarme para descansar. Sin embargo en ese momento para alcanzar una vez mas el 666.666.666.666 de nacidos faltaban 60.000. Y, ¡Imagina quien fue el número 666.666.666.666!
- ¿Yo?
- Exacto.
- Pero, yo no quiero ser la muerte.
- Pues tiene sus ventajas. Conoces gente, ¡Que digo gente!, Conoces a toda la gente. También ves mundo, puedes comparar la diferente evolución de los países...
- Pero, ¿Tú puedes decidir quién muere y quien no?
- Jamás. Yo tengo una lista con los nombres, hora, lugar y forma en que deben perecer. Yo no lo invento. Simplemente, aparece en la lista. Yo estoy en el lugar y momento indicados para recoger al pasajero.
- Y dime ¿Qué hay mas allá?
- No puedo decírtelo. Solo cuando seas tú la muerte lo sabrás.
- Pero...
- No debes preocuparte. Nunca estás solo porque siempre tienes alguien a quien recoger. Conoces a los famosos, a los no famosos, a los ricos, a los pobres...
- ¡Un momento! Has dicho que no eres tú el que decide sobre la vida o la muerte. Entonces ¿Cómo has podido salvarme a mi tantas veces?
- Es una facultad que únicamente puedo ejercer con el que designe como sucesor. Puedo salvarle las veces que sean necesarias hasta que alcance la edad requerida para morir y adquirir el título de Muerte.
- ¿Y a qué edad podré morir?
- Veras...
-¿Veras qué?
- Vas a tener que esperar algunos años...
- ¡Habla! ¿De qué cifra estamos hablando?
- 66
- ¿Sesenta y seis años?
- No. Sesenta y seis lustros
- Pues no, no quiero ser tú. ¿Que voy a hacer yo tantos años en este mundo? Estoy aburrido de mi vida. ¡No puedo aguantarla por tanto tiempo!
- Esta bien, no te alteres...
- ¿Cómo que no me altere? Te lo advierto: O empiezo a ser la muerte de aquí a un mes, o tendrás que buscarte a otro sustituto.
- No puedes amenazarme así.
- ¿A no? Y dime ¿Qué harás?, ¿Matarme?
- No, pero si un elegido renuncia a ejercer su cargo va a parar al “Exépulos”, y te lo advierto, no quieras saber qué es. El Infierno es un paraíso frente a él. Es horrible. Te introducen en una estrecha caja de cristal, no mas grande que un ataúd, solo, en la oscuridad, sin poderte mover, sin poder hablar, y todo estando consciente. Yo te ofrezco todo lo contrario. No tendrías un momento de soledad tras los 66 lustros.
- Ya. ¿Y mientras espero la llegada de mi muerte?
-Deberás recluirte en algún lugar donde no te encuentren. A tus compañeros de oficina les extrañaría tu lento envejecimiento.
-No creas. La cirugía hoy hace milagros con cualquiera.
- No podrás conocer a nadie mas de lo imprescindible. Tienes que entenderlo. ¡No puedes arriesgarte a tener que enviar a un amigo tuyo al Infierno. ¡Te resultaría doloroso! Esto es como un negocio. Tú eres el Jefe de una empresa en la que no se puede mantener ningún contacto con los clientes. Has de ser objetivo. No puedes dejarte influenciar por tus emociones. Luego, cuando pasen los años, perderás tus sentimientos, te convertirás en un ser frío y calculador, sin angustias, sin penas ni remordimientos. Así tendrá que ser. Te aceptarás y comprobarás la necesidad de nuestra causa.
- ¿Morir es un necesidad?
- Por supuesto. Nunca te has parado a pensar qué hubiese sido del mundo si nadie hubiese fallecido. La capacidad del planeta tiene un límite. Imagina que desde el Imperio Romano, ¡y solo te digo desde entonces!, nadie hubiese muerto. Hoy la vida sería un caos, sin apenas unos metros libres de vida humana. Pues bien, a esto súmale los animales y las plantas. Sería una locura.
- ¡Pero cometes muchas injusticias!
- Te repito que no soy yo la que decide. Lo hace la vida misma. Unos necesitan morir para que otros nazcan.
- Esta bien, acepto. Después de todo, lo único que he querido desde hace un tiempo es morir, por lo que poca diferencia existirá entre morir y ser la misma muerte. Además no me mola la idea del sitio ese.
- ¿Exépulos?
- Eso. ¿Cuánto tiempo tengo para recoger mis cosas y huir al olvido?
- No necesitarás nada. Yo te llevaré y te daré todo lo que necesites.
- ¿Tengo que llevar una túnica negra y una guadaña como tú?
- Si, así esta bien. En realidad es una idea que no se me ocurrió a mi, si no que se lo debo al cine y a los viejos libros. Nunca pensé que se tuviera ese concepto de mi. Yo antes iba vestida de cualquier color, pero me pareció buena idea ocultar mi rostro a los “clientes”. Mola ver cómo se atemorizan al verme. Pero no te alarmes, luego te toman confianza y te cuentan su vida, el porqué de su muerte, de sus crímenes...
- Pero tengo tantas dudas...
- Pregunta, pregunta sin miedo.
- Una vez asumido el cargo ¿Envejecemos? ¿Cómo eres tú? ¿Eres una anciana o estás ya en los huesos? ¿Eres mujer o eres hombre? ¿Es cierto que das el beso de la muerte para llevarte a tus víctimas? ¿Existe de verdad el Infierno o es una leyenda? ¿Te llevas solo el alma? ¿El alma sufre dolores de cabeza? ¿Existe de verdad el reencuentro tras la muerte? ¡Ah!, y otra cosa, ¿Cuánto tiempo de vida le queda a Montes? ¿Morirá de muerte dolorosa? ¿Podré verlo?
- ¡Lo tuyo si que son dudas!. Te responderás tú mismo a todas estas cuestiones cuando alcances el saber de la Muerte. Respecto a Montes, no puedo darte detalles, pero te aliviará pensar que ya esta en mi lista.
- ¿Ya? ¿Tan joven?
- En realidad no es tan joven. Tiene quince años mas que tú, sin embargo siempre te lo supo ocultar. Pero limítate a preguntarme por el cargo, no por personas concretas, pues no te puedo decir nada mas.
- Esta bien. Hay otra cosa, ¿Qué sucede cuando tienes que recoger a unos niños?
- Bueno, pese a que no debería puesto que este oficio debe regirse por la objetividad como ya te he dicho, intento siempre hacerles alguna gracia para que no lloren. Siempre acaban riendo conmigo. Sé tratarles.
- Solo una pregunta mas. ¿Qué quiere decir SORCESU MIRESETU?
- Ya te lo he dicho, todas estas chorradas son ideas del cine, no mías. Lo que pasa es que cuando las vi me atrajo la idea de asustar al personal.
- Si ya, pero ¿que quiere decir?
- Te repito que ya lo sabes. Piénsalo. Cuando lo averigües, sabrás que has adquirido la sabiduría eterna. ¿Alguna otra pregunta?
- ¿Puedo ver tu cara?
- No.
En conclusión, William se quedó sin saber el significado de las palabras. Pasados los 66 lustros tomó posesión de su cargo. La Muerte desapareció.
William había sido instruido en lo que sería a partir de ese momento su oficio. Pero era algo lento. Además no estaba del todo aislado de sus sentimientos, por lo que decidió hacer su trabajo aun mas lento para favorecer al Mundo. Solo atendía velozmente a los suicidas, pues era solidario con su causa. Con la anterior Muerte podían morir millones de cosas a la vez. Con William el número estaba bastante limitado. Él pensaba que su actitud era buena. Pensaba que cuanto mas tardase en acudir a recoger sus víctimas, mas tardarían en morir. Esta teoría era correcta. Mientras él no acudiese, la persona destinada a morir no moriría, pero él no podía obviar lo inevitable. Él no era responsable de los accidentes ni de las enfermedades. Pero no se daba cuenta. Mientras él era feliz pensando en que hacía un bien, lo que realmente estaba provocando era un terrible sufrimiento a los que fueron sus congéneres. Las personas agonizaban durante días hasta que William llegaba a recogerles. Las enfermedades mortales se prolongaban hasta el momento del ocaso. Era un caos. Horribles mutilados sufrían fuertes dolores durante varias horas hasta que William acudía a su cita pendiente con ellos. Su lentitud ciertamente provocaba dolor y angustia, pero él lo ignoraba. Recibía cada día una lista con los nombres de los destinados a morir y él, simplemente, reelegía a su antojo quién llevarse y quién no.
Un día, en uno de sus largos paseos por el Cementerio, se le acercó una pálida mujer con un largo vestido color malva y le dijo:
- ¿Cuando piensas venir a recoger a mi hermano?
William quedó bastante sorprendido de que le reconociesen, por lo que la pregunto:
- ¿Quién eres tú? ¿Por qué me ves?
La chica llevó a William al “High help hospital”, donde le mostró a su hermano Zuleo.
Zuleo, un niño de siete años, llevaba tres meses sedado por su incapacidad de soportar el dolor. No tenía piernas, pues en un accidente de tráfico las perdió, junto con parte de la mandíbula inferior. Estaba realmente grave. Cualquiera hubiese muerto en el acto, pues perdió mucha sangre. Pero por algún motivo, que nosotros si sabemos pero no los médicos, Zuleo no fallecía. Agonizaba lentamente, y nunca le llegaba el fin. Cada vez que despertaba no podía mas que llorar por el dolor. Era peor que una horrible tortura.
Tras mostrarle a Zuleo, le mostró a Sénola. Era una mujer con T20, la mas grave enfermedad del segundo milenio, peor incluso que el SIDA o el CÁNCER. Consistía en un desmesurado crecimiento de todos los órganos internos hasta llegar a reventar la estructura ósea, los tejidos musculares y rasgar la piel. Normalmente los afectados morían en veinte días, pero Sénola llevaba mas de siete meses esperando morir. Los calmantes formaban parte de su vida, parte de su organismo, por lo que apenas la sedaban.
La última visita fue para Don Bonicio, un anciano de ciento diez años. Vivía sentado en una silla, sin poder moverse ni hablar. Era como un vegetal. Una fría aguja era la encargada de suministrarle el suero de la vida. No sabían los enfermeros que no hubiese sido necesario, pues la actual Muerte no tenía interés en aliviarle.
Tras ver su error, William decidió repararlo, no sin antes agradecer a aquella chica que le hubiese mostrado la verdad. Primero se encargó de Zuleo, Sénola y Don Bonicio, pero en tan solo una semana, logró aliviar a todas las personas que esperaron por mas de un año su llegada.
Los humanos consideraron este cúmulo de muertes tan seguidas como una fatalidad del destino, pero los mas allegados a los difuntos comprendieron que la llegada de la guadaña había sido un regalo para los que tan ansiosamente la habían estado esperando.
William comprendió al fin que la muerte tan solo era la diferencia entre el sufrimiento eterno y el deseado descanso. Por fin pudo ver que él era el encargado de acabar con el dolor, las agonías y las situaciones irreversibles. No tenía por qué sentirse responsable de las desgracias, si no mas bien, orgulloso de poder ofrecer una alternativa al perenne dolor. Tras tanto esfuerzo, William paró por unos minutos para descansar, y fue entonces cuando la muchacha del vestido malva se acercó a él de nuevo y le dijo:
- SORCESU MIRESEYA.
Fue entonces cuando William vio claras aquellas invertidas sílabas origen de su destino.”
Amanda
Que os voy a decor ya... Qué me gustaría ser la gadaña? Pues si, de ahí estos delirios varios... Fijaos si hará tiempo que escribí esto que había aún pesetas... En fin, ya queda menos para que vengais todos para acá y comprobéis si realmente he conseguido ser yo la muerte. Jeje
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