LOCURA LII: "Lo que voy a explicar puede resultar difícil de creer, pero así me ocurrió y así fue como lo sentí.
Mientras trabajaba en mi oficina un ruido molesto me empezó a acechar. Se trataba del vuelo de una mosca. Resulta insoportable cuando lo estas oyendo durante mas de diez minutos seguidos. Me levanté y abrí las ventanas con la esperanza de que se largase. Pero no solo no logré echarla, sino que además se coló una avispa. Ambos seres estuvieron volando sobre mi cabeza. La avispa se posó un par de veces en mis folios, pero a la mosca ni tan siquiera la había logrado ver una sola vez. Supuse entonces que la muy pícara se escondía de mi. Sabía que en cuanto la viese la iba a machacar y por eso no me había permitido deleitarme con su negro color. Llamé a mi secretaria y la encargué que bajase al supermercado y me trajese un potente insecticida. Aquello se había convertido en una cuestión de honor.
En la espera de los refuerzos, decidí atacar prácticamente desarmado, tan solo con un periódico enrollado. Me quedé quieto, olfateando su posición. Entonces, por primera vez la vi. Estaba posada sobre mi abrigo colgado en el perchero. Ella no me descubrió, pues estaba entretenida curioseando entre las hebras. Despacio me acerqué, levante sigilosamente el brazo, agarrando con fuerza el periódico, y entonces sentí un agudo y doloroso pinchazo en mi oreja izquierda. Obviamente grité, lo que alteró a la mosca, que huyó despavorida quien sabe donde, pero eso si, sin salir de mi despacho.
Aquel dolor no era mas que el resultado de haber tenido que abrir la ventana. La avispa me había atacado cruelmente. Quizás fue por supervivencia, o quizás por maldad. Ciertamente no lo sé. Pero su picotazo dolía bastante. Recordé que de niño, en la piscina me ocurrió lo mismo y el socorrista me puso amoniaco. Eso hice y no pasó a mayores.
Pero minutos mas tarde, al regresar a mi escritorio, descubrí que mi dolor no había quedado impune. Frente a mis atónitos ojos y sobre unos papeles de Hacienda la avispa reposaba atravesada por una de mis minas. Por algún extraño accidente, aquel estúpido bicho había acabado atrapado entre mi mesa y un utensilio, cuanto menos, absurdo. No pude evitar reírme al verla indefensa, medio moribunda y vomitando por el dolor. No la alivié de su sufrimiento. Esperé hasta que finalmente, murió. La recogí, abrí la ventana y la arrojé al vacío. Cuando parecía volver el sosiego, recordé que todavía no había logrado acabar con mi principal enemiga, la mosca. Pero como parecía estar amedrentada, escondida en un rincón, no me molestaba, y era imposible encontrarla sin su característico zumbido. Salí a buscar un café y lo deposité sobre mi mesa. Entonces sentí ganas de orinar y me fui al baño. Cuando regresé mi vaso de plástico estaba volcado, mis papeles manchados y mi humor muy alterado. Todo mi trabajo de un mes se había destruido en breves instantes. Me sentí tan frustrado que hubiese matado por poder retroceder el tiempo y desenmascarar la causa de la catástrofe. Lamentablemente eso era imposible, pero no me hizo falta. Descubrí que la causa del derrame había sido un golpe. El vaso estaba levemente abollado, por lo que alguien lo había empujado, alguien muy pequeño, casi diminuto. No tardé en intuir quien. La mosca que tanto me odiaba me quería arruinar. Quizás pensó que yo quería matarla, pues probablemente vio lo que sucedió con la avispa. Pero yo no lo hice, no había atravesado a aquel insecto. Fue un accidente que realmente no sabía cómo había ocurrido.
Tras estar unos minutos intentando recuperar parte del trabajo perdido del ordenador y mientras el zumbido volvía a perseguirme, el teléfono me sobresaltó. Era una llamada de mi secretaria en la que me advertía que no bebiese del café de la máquina, pues estaba en mal estado y a ella la había producido agudos efectos laxantes. Me dijo que esa tarde ya no regresaría por la oficina para evitar embarazosas situaciones.
Todos se fueron marchando pero yo tenía que repetir los papeles que se habían perdido con el accidente del café. Ciertamente, ¡quizás hubiese sido mejor sufrir las secuelas de haberlo bebido!
Tras acabar mi faena y asqueado por culpa de la mosca, decidí gastar lo que me quedaba del día intentando darle caza. Primero intenté aplastarla con mi propio puño; no logré mas que lastimarme. Después intenté apresarla con una bolsa; pero resultó inútil. Su pequeña cabeza poseía un gran cerebro que la ayudaba a pensar estrategias de escape. Pero finalmente, mi astucia superó su inteligencia. Puse sobre mi mesa un azucarillo con forma de poliedro, de los que creo que solo subsistían en mi oficina. Cogí mi portalápices de cristal y lo vacié. Giré mi silla, simulando total indiferencia al insecto y esperé. Tras unos minutos escuché como se fue acercando su zumbido y después, se detuvo. Estaba cerca, en mi mesa, detrás de mi, sobre el cebo que la había puesto. Sigilosamente me di la vuelta y fui acercando el portalápices sobre ella. Tan distraída estaba que de un golpe seco logré que quedarse atrapada dentro del cristal. ¡Por fin la tenía en mi poder!
Mi venganza por el trastorno psicológico en el que me había sumido aquel bicho aquella tarde ya había comenzado a medrarse. Lo único que tenía que pensar era cómo iba a materializar mi crimen. Podría haber optado por recordar mi infancia quemando sus alas o arrancándole las patas una a una. Podría haberla ahogado en el lavabo o haberla tirado por el retrete. Pero opté por un plan mas malévolo. Levanté levemente el portalápices, mientras ella chupaba el azucarillo, y puse en el hueco un frasquito vacío de muestra de colonia que hallé en el cajón de la mesa de mi secretaria. Mi plan era que se introdujese en el frasquito para posteriormente, enterrarla. Y es que realmente para mí no existía peor castigo que ser enterrado vivo, con oxigeno limitado, sin esperanzas.
Y tal y como lo pensé, sucedió. Ingenua, se metió en mi ratonera pensando en que sería su huida. Todo mi plan estaba saliendo perfecto. Pero todavía me quedaba por descubrir mi error, pues todo cálculo, posee sus pequeños vicios.
Cuando ya había cerrado la boquilla del que sería su transparente ataúd, quise contemplar con superioridad a mi víctima. Acerqué el frasquito a la altura de mis ojos y miré a través del transparente plástico. La mosca me estaba mirando, y percibí una lánguida expresión en su rostro alienígena. Como sensiblero que soy, me sentí culpable. No era mas que un pobre insecto luchando por sobrevivir, algo cargante tal vez, pero un ser vivo al fin y al cabo. Decidí que no podía matarla, que merecía una segunda oportunidad, por lo que abrí una vez mas mi ventana, abrí el frasquito y la di la libertad. Pero la mosca, contraria a lo que yo pensaba, no llegó a marcharse. Caminó lentamente hasta salir del perfumado habitáculo y se detuvo en la cornisa, mirándome fijamente cuan humillado ser humano arrepentido por sus fechorías. Entonces, al verla abatida comprendí que no quería abandonarme porque me amaba. Por este motivo había destruido a mis enemigos, el mal café y la avispa.
No fue lo peor este hallazgo, si no tener que reconocer que el sentimiento era recíproco. No sabría decir en qué momento ocurrió ni tampoco porqué , pero así era. Debe ser cierto el refrán de que el amor es ciego, pues cada vez que me miraba lograba estremecerme con sus bellas alas y sus grandes ojos. ¡Treinta años buscando a mi media naranja y ésta no estaba oculta en un cuerpo de mujer! No podíamos hablar ni relacionarnos cómo hubiésemos querido, pero sentir su compañía era suficiente para mi. Estuvimos toda la noche juntos. Cuando el reloj dio las seis le dije, aun sin saber si me entendería o no, que tenía que acudir a casa por unos papeles. Ella parecía querer venir conmigo, pero la hice entender que la calle ocultaba muchos peligros para los insectos. Por fin accedió a esperarme en el despacho testigo de nuestro amor.
La reunión era a las ocho y media pero tenía tiempo suficiente para acudir a casa, darme una ducha y regresar para ver a mi amada antes de la junta. Lástima que con mi felicidad olvidé lo peligroso que se puede volver el tráfico a las siete y media. Estuve mas de una hora en un atasco, por lo que llegué a la oficina a las nueve, sin tener tiempo de ver a mi mosca. A las diez mi éxito fue rotundo, pues conseguimos el contrato objeto de la reunión. Cuando acudí a contárselo a mi amor descubrí por el pasillo que un extraño olor era dueño de la atmósfera. Y fue entonces cuando mi ya recuperada secretaria me dijo:
- No piense que olvidé su encargo. Mientras estaba reunido he pulverizado este insecticida en su despacho. Ya no le molestarán mas los repugnantes bichos.
Entonces yo, fuera de mí, pegué un puñetazo a mi empleada, la cuál cayó al suelo inconsciente, entré como alma que lleva el diablo en nuestro nido de amor y cerré con llave. Abrí la ventana para ventilar el ambiente, pero el cuerpo de mi amada ya estaba tendido en el suelo, junto a un clip, sin apenas fuerzas. La tomé entre mis dedos e intenté sanear su conductos respiratorios. Pero resultó inútil. Murió en la palma de mi mano.
Sé que sufrió antes de morir. En primer lugar, por la terrible forma en que sucedió, en segundo, porque ella debió pensar que yo la había abandonado, por eso intentó buscar auxilio en la muerte. Pero no lo logró. El clip con el que había intentado asesinarse pesaba demasiado para sus débiles fuerzas.
Dos veces fueron las que ella me protegió, y yo, mísero de mi, fui el ingrato ser que propició su muerte. Es por ello que encerrado en mi despacho, con la pistola cargada sobre mi escritorio, quiero avisar al que lea esta carta que no quiero que nos entierren como a tantos. Nuestro fin ha de ser distinto, sin lápidas ni cementerios. Es mi deseo rogar que nos enterréis a ambos en un bello campo en libertad, sin las murallas típicas que separan la vida de la muerte, sin distinciones, y que sobre nuestros cuerpos plantéis un árbol para que nuestras vidas se proyecten en su tronco, en cada una de sus ramas y en cada una de sus hojas. Como sé que para todos seré un loco, sé que jamás buscareis a la que en vida fue mi cariño, pero si alguno de vosotros de los que me apreciabais en realidad lo intentase, se cansará en balde, pues temiendo vuestra posible indiferencia me comí minutos antes de dispararme la sien su cadáver, evitando así que mi cuerpo repose en soledad ente las tablas de mi ataúd.
Gracias por prestarme vuestro tiempo.
Se despide, un difunto.”
Amanda
Este está como yo, finiquitado.
Los dos hemos optado por morir, y qué mejor forma de hacerlo?
Y por qué escribí esto?
Pues no sé, porque igual se ha dado el caso. A mi me parecía muy atractivo mi hamster. Se llamaba Scat. era pequeñito y peludo. Mas mono... Se escapó.
También tuve pájaros sin nombre (el amarillo, el marrón y la ópajara), un camaleón (qué bello) dos pollitos y antes de morir, una tortuga asquerosa que gritaba si deljabas caer algo ligero y sin querer sobre su cabeza, ya ves!
No obstante, las moscas también lloran.
El sentido de la vida: LA MUERTE
miércoles, 17 de septiembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
el muñeco de la bego

a ver si lo trae
UMMMM... ESTÁ ES MAS ALEGFRE Y MAS ABAJO OS DEJO LA MEJOR..
AMANDA AMANDITA, MIRA TU NUEVA CASITA.... MIRA, ESTÁN FELIU Y OSOIDE...
PASA A VER AL LU

QUE TIENE UNA CASA CHULA
LU

TAMBIÉN PRESENTE EN ESTE NUEVO BLOG
No hay comentarios:
Publicar un comentario