Cuando aquel hombre por fin abrió los ojos, descubrió que ya estaba muerto, pues se encontraba en un lugar oscuro, frío y sombrío en el cual apenas podía moverse. Todavía se sentía aturdido, pero sabía que no era mas que una consecuencia de su corta y rara enfermedad.
Sus teorías sobre la permanencia del alma junto al cuerpo tras la muerte eran ciertas. Aquello era su ataúd y su espíritu estaba apresado junto a su inerte cadáver.
No se preocupó demasiado, pues en sus libros él mismo explicaba como el alma moría poco mas tarde que el cuerpo, por lo que este hecho debería ocurrir próximamente.
La muerte nunca fue algo que le asustase y, se preguntaba cómo sería esta separación material de lo inmaterial. Estaba a punto de conocer cómo era el final de todos aquellos libros sobre ocultismo que dejó inacabados en vida y, únicamente se lamentaba por no poder volver a la superficie para escribir la conclusión de sus teorías.
Desde su ataúd, retomó en su memoria a los que habían sido sus experiencias mas intensas. Primero recordó su graduación, luego la publicación de su primer libro y su consecuente enriquecimiento, luego su matrimonio...
Recordó entonces que su bolsillo derecho guardaba un mechero. Encontró, por ello, un dato erróneo de sus publicaciones, pues pensaba que la mente no podía dominar el cuerpo ya cadáver. Logró cogerlo y encenderlo y ¿que es lo que vio?. Algo horrible. Se llevó un fuerte disgusto al comprobar que el último habitáculo de lo que fue su estructura corpórea no estaba forrado de seda roja como él siempre deseo. De hecho, carecía de forraje alguno. Tampoco encontró allí la rosa roja que su esposa había prometido que le colocaría entre sus difuntas manos. Ni siquiera la madera de su ataúd era de calidad, pues se estaba astillando por los bordes.
La cumbre de su asombro se manifestó por el olor a humedad que empezó a percibir. En sus estudios sobre el “mas allá”, nunca descubrió que un espíritu pudiese percibir olores.
Este compendio de circunstancias provocaron en aquel hombre una serie de preguntas cuyas respuestas se agrupaban en una: Todo había sido un complot entre su querida esposa Judit y quien sabe quién mas; la causa, el dinero; las consecuencias, un hombre que yacía bajo tierra gritaba por salir de aquel hoyo.
Todo el rompecabezas iba tomando forma en la cabeza de J.L. Grantchester, nombre del no difunto: Su mujer, las dosis suministradas durante aquellas semanas, su aspecto saludable cuando no las tomaba, su repentino cansancio al tomarlas...
Ahora sabía que la culpable era ella y ahora sabía también lo ruin que había sido pues prácticamente le había enterrado en una caja de embalaje, probablemente la del nuevo equipo de música adquirido por catálogo.
Pero el bueno de Grantchester sabía que esto también era una ventaja. Le quedaba poco aire, por lo que debía actuar con rapidez y, como la madera era muy imperfecta, cedería con facilidad.
Grantchester flexionó las piernas y empujó con fuerza la tapa de la “caja”. Poco a poco, ésta se fue quebrando, pero la tierra, aun húmeda, cayó hacia él.
El tiempo era crucial. Tan solo contaba con unos segundos, tal vez minutos para lograr salir de aquel agujero invadido por el barro. Con sus dedos, fue escarbando hacia la superficie. Pese al reblandecimiento de la tierra mojada, las uñas debían combatir con una fuerte cantidad, por lo que éstas iban cediendo y se quebrantaban, separándose de los que siempre fueron sus compañeros, los dedos. Éstos, se despedían de sus compañeras con un desfile de lágrimas de sangre, manifestando así su disconformidad por aquel abandono.
Grantchester no solo sangraba por los dedos, también su cara había sufrido múltiples arañazos y su cabeza había topado con mas de una dura piedra en su ascensión a la superficie. Sus pulmones tampoco le toleraban el cohibirles de su alimento oxigenal por mas tiempo, por lo que comenzaron a transmitirle sus necesidades con unos rojos emisarios hacia la nariz y la boca.
Llevaba cerca de dos minutos intentando salir del subsuelo cuando, en mitad de su debilidad escuchó un estruendo. ¿Que era aquello?, ¿Una explosión?.
Entonces, pudo descubrir con entusiasmo que su mano derecha, desgarrada, con los dedos sangrantes y carentes de uña alguna había alcanzado aquella superficie tan añorada, por eso pudo escuchar uno de los relámpagos de aquella tormentosa noche de verano.
Pero aquella mano realizó un esfuerzo inútil, pues los pulmones no habían sido tan comprensivos como aquellos dedos, que aun sangrando, no perdieron su movilidad en ningún momento.
El juicio al que Grantchester se había visto sometido había declinado en su contra; los abogados, los desgarrados dedos que en todo momento confiaron en él; el fiscal, aquellos exigentes pulmones; el Juez, el castigado cerebro que se dejó influenciar por unos egoístas órganos que reclamaban el pago de aquella deuda.
Aquel hombre fue condenado doblemente a morir. Se trató pues de una doble e injusta condena, ambas promulgadas por la codicia, la ambición y la incomprensión.
Sus teorías sobre la permanencia del alma junto al cuerpo tras la muerte eran ciertas. Aquello era su ataúd y su espíritu estaba apresado junto a su inerte cadáver.
No se preocupó demasiado, pues en sus libros él mismo explicaba como el alma moría poco mas tarde que el cuerpo, por lo que este hecho debería ocurrir próximamente.
La muerte nunca fue algo que le asustase y, se preguntaba cómo sería esta separación material de lo inmaterial. Estaba a punto de conocer cómo era el final de todos aquellos libros sobre ocultismo que dejó inacabados en vida y, únicamente se lamentaba por no poder volver a la superficie para escribir la conclusión de sus teorías.
Desde su ataúd, retomó en su memoria a los que habían sido sus experiencias mas intensas. Primero recordó su graduación, luego la publicación de su primer libro y su consecuente enriquecimiento, luego su matrimonio...
Recordó entonces que su bolsillo derecho guardaba un mechero. Encontró, por ello, un dato erróneo de sus publicaciones, pues pensaba que la mente no podía dominar el cuerpo ya cadáver. Logró cogerlo y encenderlo y ¿que es lo que vio?. Algo horrible. Se llevó un fuerte disgusto al comprobar que el último habitáculo de lo que fue su estructura corpórea no estaba forrado de seda roja como él siempre deseo. De hecho, carecía de forraje alguno. Tampoco encontró allí la rosa roja que su esposa había prometido que le colocaría entre sus difuntas manos. Ni siquiera la madera de su ataúd era de calidad, pues se estaba astillando por los bordes.
La cumbre de su asombro se manifestó por el olor a humedad que empezó a percibir. En sus estudios sobre el “mas allá”, nunca descubrió que un espíritu pudiese percibir olores.
Este compendio de circunstancias provocaron en aquel hombre una serie de preguntas cuyas respuestas se agrupaban en una: Todo había sido un complot entre su querida esposa Judit y quien sabe quién mas; la causa, el dinero; las consecuencias, un hombre que yacía bajo tierra gritaba por salir de aquel hoyo.
Todo el rompecabezas iba tomando forma en la cabeza de J.L. Grantchester, nombre del no difunto: Su mujer, las dosis suministradas durante aquellas semanas, su aspecto saludable cuando no las tomaba, su repentino cansancio al tomarlas...
Ahora sabía que la culpable era ella y ahora sabía también lo ruin que había sido pues prácticamente le había enterrado en una caja de embalaje, probablemente la del nuevo equipo de música adquirido por catálogo.
Pero el bueno de Grantchester sabía que esto también era una ventaja. Le quedaba poco aire, por lo que debía actuar con rapidez y, como la madera era muy imperfecta, cedería con facilidad.
Grantchester flexionó las piernas y empujó con fuerza la tapa de la “caja”. Poco a poco, ésta se fue quebrando, pero la tierra, aun húmeda, cayó hacia él.
El tiempo era crucial. Tan solo contaba con unos segundos, tal vez minutos para lograr salir de aquel agujero invadido por el barro. Con sus dedos, fue escarbando hacia la superficie. Pese al reblandecimiento de la tierra mojada, las uñas debían combatir con una fuerte cantidad, por lo que éstas iban cediendo y se quebrantaban, separándose de los que siempre fueron sus compañeros, los dedos. Éstos, se despedían de sus compañeras con un desfile de lágrimas de sangre, manifestando así su disconformidad por aquel abandono.
Grantchester no solo sangraba por los dedos, también su cara había sufrido múltiples arañazos y su cabeza había topado con mas de una dura piedra en su ascensión a la superficie. Sus pulmones tampoco le toleraban el cohibirles de su alimento oxigenal por mas tiempo, por lo que comenzaron a transmitirle sus necesidades con unos rojos emisarios hacia la nariz y la boca.
Llevaba cerca de dos minutos intentando salir del subsuelo cuando, en mitad de su debilidad escuchó un estruendo. ¿Que era aquello?, ¿Una explosión?.
Entonces, pudo descubrir con entusiasmo que su mano derecha, desgarrada, con los dedos sangrantes y carentes de uña alguna había alcanzado aquella superficie tan añorada, por eso pudo escuchar uno de los relámpagos de aquella tormentosa noche de verano.
Pero aquella mano realizó un esfuerzo inútil, pues los pulmones no habían sido tan comprensivos como aquellos dedos, que aun sangrando, no perdieron su movilidad en ningún momento.
El juicio al que Grantchester se había visto sometido había declinado en su contra; los abogados, los desgarrados dedos que en todo momento confiaron en él; el fiscal, aquellos exigentes pulmones; el Juez, el castigado cerebro que se dejó influenciar por unos egoístas órganos que reclamaban el pago de aquella deuda.
Aquel hombre fue condenado doblemente a morir. Se trató pues de una doble e injusta condena, ambas promulgadas por la codicia, la ambición y la incomprensión.
Amanda.
Otro relato sobre la muerte. No podía evitarlo. Es un tema que me apasionaba en vida porque era un tema del que NADIE me podía sacar de dudas. Ahora si, pero como ando en el limbo de acá para allá, paso de contaros la verdad.
Algún día sabréis, tranquilos que todo llegará...
Os espero!
Ahora que os lo he reescrito debéis saber que el final no me gusta. Está muy visto. Me voy a ver tumbas a ver si me inspiran algo mejor.
Chao
Ya sé: Retomemos la historia:
...El tiempo era crucial. Tan solo contaba con unos segundos, tal vez minutos para lograr salir de aquel agujero invadido por el barro. Con sus dedos, fue escarbando hacia la superficie. Pese al reblandecimiento de la tierra mojada, las uñas debían combatir con una fuerte cantidad, por lo que éstas iban cediendo y se quebrantaban, separándose de los que siempre fueron sus compañeros, los dedos. Éstos, se despedían de sus compañeras con un desfile de lágrimas de sangre, manifestando así su disconformidad por aquel abandono.
Grantchester no solo sangraba por los dedos, también su cara había sufrido múltiples arañazos y su cabeza había topado con mas de una dura piedra en su ascensión a la superficie. Sus pulmones tampoco le toleraban el cohibirles de su alimento oxigenal por mas tiempo, por lo que comenzaron a transmitirle sus necesidades con unos rojos emisarios hacia la nariz y la boca. Llevaba cerca de dos minutos intentando salir del subsuelo cuando, en mitad de su debilidad escuchó un estruendo. Pensó que sería un trueno, un ruido de la superficie, pero se equivocó. Se trataba de choque de fallas, un sismo, un terremoto del que había sido primer testigo porque su mujer, temiendo su despertar, decidió enterrar su cadáver boca abajo.
Grantchester no solo sangraba por los dedos, también su cara había sufrido múltiples arañazos y su cabeza había topado con mas de una dura piedra en su ascensión a la superficie. Sus pulmones tampoco le toleraban el cohibirles de su alimento oxigenal por mas tiempo, por lo que comenzaron a transmitirle sus necesidades con unos rojos emisarios hacia la nariz y la boca. Llevaba cerca de dos minutos intentando salir del subsuelo cuando, en mitad de su debilidad escuchó un estruendo. Pensó que sería un trueno, un ruido de la superficie, pero se equivocó. Se trataba de choque de fallas, un sismo, un terremoto del que había sido primer testigo porque su mujer, temiendo su despertar, decidió enterrar su cadáver boca abajo.
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